LA RESPUESTA AL USO Y COSTUMBRE
Todo ser vivo es
“una adecuada respuesta” al medio –que es cambiante–; por lo tanto, un ser vivo, para que sea equilibrado, ha de realizar
una respuesta que, superándose inevitablemente en información,
evoluciona –cambia– conforme a como lo hace el medio. Ésa sólo
es la base del equilibrio, no que dé una respuesta fija, inconsecuente, involutiva u obsesiva.
En cualquier animal, sí, es muy difícil ese desequilibrio en lo que se refiere a su condición psicológica,
debido a que no se deja influir por un miedo o por un placer que no existe –a no ser que se lo transfiera el ser humano–; eso es, se deja determinar directamente por sus instintos, los cuales son ceñidos o moldeados
sólo por su medio natural. Ya un cierto desequilibrio podría tener en lo que se refiere a su condición funcional u orgánica; o sea, que sea anormal, que sea deforme.
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Pero algo ocurre totalmente
distinto en el contexto de un ser humano, y es que su condición psicológica se encuentra constantemente
influida por los roles de una sociedad –por
sugestiones culturales, por
ideas preconcebidas, por
sublimaciones conceptuales, por
rumores, etc.– que alertan y
sobreactúan en su capacidad psicológica natural y, por cierto,
le inducen, le encadenan o le obligan –casi sin poderlo evitar–
a... la obsesión, a la repetición de una misma o fijada respuesta –en las muy diferentes circunstancias–. Y, aún más, hasta plenamente sociedades pueden caer –
in extremis– en tal obsesión como en el nazismo.
A ver, profundizando, todos quieren ser aceptados en una sociedad
en función de una condescendencia hacia lo que está establecido como única voz predominante y simpática –aunque esté totalmente desequilibrada–,
algo que dicta quiénes van a triunfar o a ser positivos (por ejemplo: en las sociedades machistas que nos han predecido un alardear un gran dominio sobre la mujer daba, a cualquiera, un canje seguro para el bienestar, para el éxito; y ése, así, tenía prioridad en lo mediático, en una o en otra institución cultural o política).
Pero ¿la sociedad en general ha progresado o ha mejorado por ello?; ¡no!, rotundamente. Siempre ha existido el disonante y ofensivo tono que
provocaba –con unos grandes esfuerzos–
una paulatina conciencia ya más demostrada o racional que hacía cambiar las cosas, porque –así– se cambiaba la respuesta.
Una época hubo en que
todos decían la misma –la cual, enfermamente, creaba miedos y monstruos más allá de los mares–; ésa de “
La Tierra es plana”. Claro, era plana y, todo el que dijera lo contrario, era el desequilibrado.
También hubo otra durante siglos que predeterminaba –voluntaria u obsesivamente– para siempre la esclavitud: “
Sí, amo”.
Una u otra eran de uso y costumbre para “estar bien”, para recibir halagos o facilidades materiales o de trato, para salir... en los medios. Una u otra suponía, asimismo, no llegar a ninguna parte que no fuera a lo mismo (el desequilibrio o lo injusto por decreto).
Aunque,
afortunadamente,
siempre ha existido la voz disonante –ninguneada y tirada lejos, echada al final de la cola– que ya estaba harta de: “
Sí, amo”, “
A sus pies, amo”, “
Sí, amo”,
"Sí, sinrazón
", “
Sí, gran amo”.