martes, 8 de noviembre de 2011

LA RELIGIÓN Y EL PODER

Desde la más elemental estructura de tribu, de asociacionismo originario, ya era constatable un continuado descubrimiento y una celebración -jerárquica- de la utilidad social del ser humano.

Empezaba a acuñar un sentimiento patrio o de pueblo y, en consecuencia, establecía la simbología que lo protegiera; sin embargo, ésta estaría relacionada no sólo con su entorno - con la naturaleza -, sino con algo más que le posibilitaría trascender, fortalecerse frente a los límites físicos o naturales y, sobre todo, frente a la muerte.
Entonces se veneraron a los muertos para hacer presente ese más allá y, de esto, se aprovecharía una respetada clase sacerdotal que contactaba con ellos y, además, se atribuía dones mágicos o divinos que les daba una rentabilidad.

Así, el pueblo estaba ideándose a ser esfuerzo, sacrificio, tributo para la fuerza sobrenatural que les significaba protección; pero privilegiadamente sus jefes representaban el contacto más directo con tal misterio, ya que eran o pretendían ser el hilo conductor que les infería asimismo la máxima superación o ejemplo junto a unos añadidos retos de grandeza.

Por esto, el animismo supuso el primer paso para incentivar y extender una cultura que, inherentemente, era religiosa y, también, para consolidar la infraestructura o el medio para lograrlo: un Estado, una organización de poder a la que cientos de fieles jurarían fidelidad y su lucha porque permaneciera.

Sí, el Estado nació con su carácter divino y, por supuesto, hereditario. Él sería, con tal capacidad, el dueño de la tierra, de todo, el que utilizando la obediencia ciega a una religión motivaría a una gran servidumbre guerrera para defenderlo, y para defenderse él mismo.

La civilización egipcia fue teocrática y centralista, asimismo la inca, la azteca, la islámica, etc.

La religión se impuso siempre como pauta principal para que se formase cualquier imperio; y fue necesario que también la ayudase un arte, un modo de crear, que verdaderamente la adorase, que le rindiera un indefectible culto.
La religión, en ello, concibió al ser humano como un contenido de espiritualidad -de dependencia emocional- y, por tal valor, se enriqueció para afrontar problemas o para competir con los otros pueblos en un ansia de superación, de poder en suma.

Así que el imperio no dejó de ser más que una extensión de eso.

Se debe tener en cuenta que el ser humano no tuvo demasiado interés por matar a los de su misma especie para sobrevivir; pero por una idea que le relacionaba con una superioridad sobrenatural sí - al sentirse útil para un dios, para algo que le hacía trascender, siendo portador divino-.

No obstante, cuando la religión tomó un modelo monoteísta algo cambió muy importante: se personalizó a ese dios, se le dio incluso rostro y virtudes humanas. Algo que propició que se identificara más con él y se separara más en diferencias de los demás pueblos.

La religión consiguió el enemigo abstracto presente en todas las guerras, y ése representaba la crueldad a la que se debía vencer justificando los derramamientos de sangre o la destrucción, masivamente a veces.

La religión también -porque lo necesitaba-, para tal motivo de fondo, se sirvió del arte; pues el arte en sí mismo no tiene enemigos al procurar el sosiego o la paz, pero sí cuando se le atribuyó connotaciones religiosas, de herejía, de impiedad, de no representar a ese dios respetuosamente y ofenderlo. Así, fue un instrumento de causar miedo u... obediencia.

(2004)