martes, 15 de octubre de 2013

Todo ser humano desarrolla sus hechos conforme o dependiendo de su coherencia ética; asimismo, todo poderoso ejecuta su poder -que determina hechos- desde su coherencia ética. Por ello, es la coherencia ética en donde están las primeras causas para que sean unos hechos los que se vean en la sociedad y otros no; es decir, la menor vanidad -o falsedad- y la mayor eficacia de esa coherencia es la base que garantizará el menor riesgo de injusticias sociales y de derroches de unos recursos vitales.
Pues bien, estando esa coherencia formada de valores éticos (justicia, generosidad, paz, libertad, etc.), un valor ético por sí mismo, y aun sobrevalorado, no es eficaz como valor ético -o, realmente, en el contexto de lo ético en general, no es... un valor-.
Por ejemplo: Si la persona X, por generosidad, da mil millones de euros a unos que ya "son ricos", esa generosidad es una generosidad injusta; si se los da a unos corruptos o a los mismos que a ella le roban, es una generosidad estúpida; si se los da a los que van a construir viviendas junto al cauce natural de un río, es una generosidad "perdida", inútil.
Eso es precisamente lo que pasa; que, por conveniencia, por ceguedad, por alinearse demasiado a grupos, a tradiciones, a gustos, a líneas aisladas, a "bandadas" provocadas por un/a político/a "de ocurrencias", tal coherencia es IMPOSIBLE. Pero, ¡ah!, por orgullos, por soberbias, por interesados positivismos siempre ahí RESALTAN un valor, con el "hemos hecho al menos eso"; eso, sí, pero de lo inútil, de una eficacia gravemente malatendida por incapacidad o insensatez ética.
Por ello, no se puede tener solo valores éticos sino, además, unos principios éticos y una SENSATEZ en su aplicación.